domingo, 13 de diciembre de 2009

Indilie y el Collar de la Doncella Azul

Indilie y el collar de la Doncella Azul

Éramos un pueblo tranquilo que vivía en las entrañas del bosque sagrado. Nuestro cometido era cuidar el legado mágico que nuestros ancestros dejaron en este lugar.

En los días luminosos de primavera el bosque cobraba una animación especial; por ahí se escuchaba el trino de una flauta, por allá la risa alegre de las muchachas…A las tardes, al regresar de trabajar, la comunidad se reunía en el círculo central del poblado para despedir al sol entre danzas y alguna que otra chanza.

En el verano recogíamos los frutos que generosamente nos daba la tierra, y a cambio, nosotros le ofrendábamos rituales de agradecimiento y de fertilidad.

Ya en el otoño nos comenzábamos a recoger y, aunque continuábamos trabajando y cantando, el sol se marchaba antes y ya se presentía la proximidad del invierno donde la vida se desarrollaba en torno al hogar.

Una de las joyas de nuestro tesoro mágico era el conocido como “Collar de la Princesa”. Que era una cadena de oro con grandes eslabones, en cuyo centro había un poderoso crisol que transmutaba el odio en amor, la escasez en abundancia, el egoísmo en generosidad…

Este maravilloso collar sólo funcionaba correctamente cuando colgaba del pecho de una joven inocente; carente de malos pensamientos. A la joven que lucía el collar mágico la conocíamos como la “Doncella Azul”.

Lamentablemente, el rumor de los prodigios que realizaba el collar se extendió por el valle. En sus pueblos había gente sencilla, pero también había almas corrompidas por la codicia.

Cuando llegaron los invasores salvajes, algunos de los codiciosos aldeanos no dudaron en hablarles de nuestro tesoro. Pretendiendo con ello salvarse de la ira y de la crueldad de los asaltantes.

El clan estaba tranquilo, puesto que confiaba en el poder de los Druidas de la comunidad. La magia siempre nos había protegido y pudimos vivir muchos años en armonía. Demostrando a la humanidad que es posible vivir de una manera más justa. Sin violencias ni injusticias.

Pero este modo diferente de vivir levantaba ampollas entre los poderosos y egoístas del valle. Que no cesaban de tramar el modo de superar nuestra magia para acabar con el Clan.

Idearon un pérfido plan. Con sus magos negros, proyectaron sobre el bosque nubes de deseos con el objetivo de corromper a las dulces almas del Clan.

A los druidas les prometían la Hoz de Oro, capaz de realizar prodigiosas pócimas. A los robustos muchachos les tentaban con la posibilidad de medir sus fuerzas con los guerreros atacantes y así, ganar prestigio y fama ante el clan.

A las chicas presumidas las tentaban con belleza. Y a los más perezosos, con holganza.

Si alguien abría su pecho al deseo, comenzaba a brotarle una nubecilla gris sucio que contaminaba la atmósfera de toda la aldea.

Y así sucedió. Una partida de miembros del Clan salieron a cortar el paso de las huestes atacantes, allí, en el lindero del bosque. Salieron con buenas intenciones, pues querían evitar una matanza y era de sobra conocido el trato que los salvajes prodigaban a los vencidos.

Otros, por su parte, se olvidaron de mantener las actitudes justas con las que los bardos aconsejaban vivir la vida.

Y así sucedió que perdimos las principales defensas mágicas. En el poblado sólo quedaban los seis druidas mayores y la doncella portadora del Collar de brillos sobrenaturales.

Se dirigieron a la piedra de Odin, donde había un gran altar que mantenía vivo el fuego del Clan. Era de noche y fueron a cuidar el Templo de Odín. Cuando llegaron ya se había iniciado el fuego destructor. La fuerza de los Druidas no podía detenerlo y las piedras comenzaron a precipitarse formando un montón de ruinas caóticas.

La doncella, que se preparaba para la fiesta de Beltain, cantaba como un ángel y su voz era un suave arrullo para el bosque que se sentía amenazado.

El collar de la Princesa brilló una vez más y su fulgor se llevó la maldición. Pero ya era tarde y los barbaros entraron a sangre y fuego en un poblado que no ofrecía resistencia.

El resultado os lo podéis imaginar…………………………………………………

La doncella, en el último momento, se sumergió en las profundidades de la roca acompañada de los seis bardos. Salvando el poderoso collar de las manos de los guerreros. Y dejando tras de sí el mensaje de que no hay que dejar de cultivar el alma cada día. Hay que blindar el alma para que no puedan entrar en ella ni la vanidad, ni el orgullo, ni el fanatismo.

“Sed sencillos, decía la doncella mientras se alejaba. Sed sencillos y nunca os corromperá el deseo.

Sed sencillos y os fundiréis con el espíritu de bosque para volar y volar por los cielos del Amado.

Sed sencillos y no sucumbiréis a las energías del mal. Porque no tienen donde apegarse si sois sencillos…Awen, Awen, Awen




Autor: Omkar